El cielo trasnochado, estocástico y segundero tenía en su firmamento una inmensa bola de cristal, la luna, que con su macilenta luz afligía las calles del suburbano paisaje de aquel vulgar habitad de civilización. Poseía un color de oxidado plateado, se vanagloriaba de su gigante presentación, en el circuncidado cielo ameno de aquella trillada noche.
Las horas se perdían en la metropolitana inconsciencia, ya eran más de las que podría el ciudadano caminar en los aguados asfaltos, solo a estas horas se escuchan lejanos y arrepentidos murmullos, que se dispersan entre las calles, las grandes edificaciones, las casas comunes y los pequeños restos del verde post natural. Pero incluso entre los restos de una lejana promesa de progreso, se puede vivir, aunque sea un reto hacerlo, hay gente que lo hace. La ciudad no es fácil de escalar, mucho menos una de esta características, olvidada, retrasada, sucia, marginal…
Ni una nube obtura la luz de la luna y las estrellas, es una bella comparación el espacio exterior y la ciudad en la oscuridad. Lástima, que no solo en la primera hay meteoritos y demás cuerpos violentos dispuestos a colisionar contra los pequeños restos de vida que en el confín atemporal se camuflan.
Ciegos espejismos con forma de haz de luz se mueven por las calles azules, en su sonido sordo se esconde un sintético sentimiento a nada, si solo esas ruedas mudas pudieran hablar, las historias que podrían narrar, pues en sus venas de caucho la sangre ciudadana se derrama diariamente, como la pequeña anécdota rutinaria que hoy en su rugir sustancial me trajo, en forma de dióxido toxico como el propio humano.
En fin, en esta misántropa metrópolis hay muchas historias, pero ni siendo una maquina destinada a escribir día y noche, podría yo narrar las que suceden diariamente, solo puedo indizar unos hechos que transcurren en ese olvidado paraje que está a la vista de todos. Como el que comentare ahora.
Unas luces borrosas por la prisa se movían cíclicas por la calle, iluminando el camino de retorno de hacia la casa de Ella, entre miradas de reojo a la fachada de la calle, sus pensamientos se tranquilizaban, porque el viaje ya acababa, era lo que pensaba, mientras se fijaba el reloj, eran la una de la madrugada.
En el reino de la calle el silencio, es el Rey, y la soledad, la reina, solo a lo lejos se escuchaban esos suspiros metálicos de los autos andar, girar, frenar, ese corcel de metal y ruedas, que eructa nubes de lluvia mortal, siempre se escuchan correr como la BSO de un film de interminable secuencia. El asfalto formaba un dúo musical con los tacones, producían un sonido percusionista, minimalista en su forma de ser y dramático en su estética kitsch, la esencia de la música era el trémulo escalofrió que le producía a su dueña.
Era una joven de simple vida, no soñaba con sueños de imposible calibre, ni tampoco, perdió esa esperanza de poder vivir una vida diferente. Creció en ese barrio, donde compartió amistad y niñez. Todo lo que tenia se lo había ganado con ese barrio como escenario. Ella vivía en una zona marginal, en una ciudad olvidada, la cual solo es custodiada por la inmensa luna que hoy la iluminaba. Pero en su recuerdo todavía esta aquella niña que no vivió en la crisis que hoy la atormentaba, pero mientras esa niña crecía, el ambiente actual del cual tanto reniega fue creciendo, vio como se transformo en lo que es. De niña ese infierno no existía, la crisis todavía no se mostraba a sus ojos dormidos aun en la inocencia infantil. Pero fue la pobreza, el miedo, el desinterés por el progreso, fue por el camino difícil, fue por muchas cosas más, que hoy el barrio es como es, todo contribuyo a hacer lo que hoy es.
Miraba los edificios grises, derruidos y destruidos, caminaba mientras por sus ojos el reflejo de los bellos momentos que vivió en aquellos lugares, se reflejaba acompañado por el destino contingente que la deslumbraba cada día mas ¿Qué tan bajo puede caer este mundo?
Esos edificios, quizás en su niñez, habían sido comercios, donde se divertía, donde jugaba con sus amigas a la inocencia que tanto hacia falta en ese barrio marginal. Ahora el silente resguardo del olvido no la abrazaba, hace tiempo que sus recuerdos no se veían tan naturales y claros como hoy lo hacían.
Su caminar debió tomar un giro, en dirección directa a la luna, que gigante vigilaba sus pasos, como lo hacia todas las noches. Su marcha era rutinaria y pesada, como siempre. En La calle de asfalto la irregularidad del suelo se fue volviendo cada vez más extrema, hasta que la tierra tomo su poder, ahí comenzaba el camino de tierra, rodeado de oscuridad y miseria.
Desde niña le inculcaron pensamientos religiosos, basados en la fe y esperanza de que un día, aquel personaje tan heroico y místico volverá, salvando con este retorno a los fieles creyentes, que en su corazón le dieron un espacio. Lástima que la mayoría nunca pensó en utilizar ese pequeño espacio más que para tenerlo y ni siquiera profesar sus ideales. Pero la fuerza de la fe mueve montañas y mares, y hoy movía a una joven mujer que en su concepción de salvación solo se encuentra el poder salir de ese laberinto mísero en buenos principios.
Mientras cruzaba a por una esquina observaba con la mirada fija a la virgen que se encontraba en un pequeño altar, se pregunto a sí misma cuándo se equivoco, cuándo se abandono, cuándo dejo de creer y de crecer.
Faltaba poco, solo 2 cuadras para llegar a su casa, cuando un ruido que pretendía ser normal desafino en su nota usual, era un vehículo, que como el Golem moderno que es, iba chillando notas inentendibles, pero que al fin y al cabo hacían temblar la medula espinal de todo mortal que llegara a escucharlo. Su conducción era inestable, el vaivén del mismo resultaba en un espectáculo que varios ojos escondidos disfrutaron. Estaba segura que quien lo conducía estaba borracho, no se equivoco su conductor rebosaba de ese manjar tan vulgar llamado alcohol. Era algo normal que sucediese eso, pero incluso a la luna inmensa le sorprendió aquel suceso.
Acelero el paso, pero fue inútil, el auto giraba en su dirección, en la esquina de la virgen María.
El vehículo, oxidado, destruido y hecho mierda circulaba con la irregularidad de cualquier asesino sobre ruedas común. Iba bastante rápido para lo que cualquiera pensaría para tal basura. Ella debió de correrse bruscamente de la calle o la atropellaba. El auto continuo su marcha, pero no por mucho tramo, a la cuadra y medio freno y dio marcha atrás. En el auto iban dos hombres, los dos borrachos y salvajes como es de suponerse. Ella no se lo esperaba…
Los hombres con una mueca bestial emanaban un pestilente olor a alcohol, borrachos a más no poder, le empezaron a decirle, insinuarle y proponerle cosas en su estado más patético, pero ella estaba en desventaja, y lo único que podía hacer era ignorar lo imposible de ignorar, caminar más rápido, incluso correr. Pero no, ellos eran dos.
Cuando menos se lo espero, y en medio de la confusión producto de los nervios, le tiraron el auto encima, bajaron, la agarraron, ella gritaba, golpeaba, e intentaba soltarse. Ella no se lo esperaba. Los hombres la llevaron por el campo, la empujaron al suelo con una brutalidad característica de un animal bestial, la golpearon a patadas. Ella gritaba, pero nadie la escuchaba. La volvieron a levantar, mientras lloraba, por los pelos la arrastraron hasta uno de esos edificios abandonados. Y la violaron. Primero uno, luego el otro.
Los gritos, fueron difíciles de no oír, pero en esa zona la rutina era lo criminal, todos la oyeron suplicar, pero nadie se digno a ayudar, pues hoy era ella, pero mañana era aquel que hablara.
Mientras uno la tenia y golpeaba, el otro la violaba como un animal sediento de lujuria, los gemidos del placer enfermo inundaban el oscuro rincón donde la mujer suplicaba por su vida. Una vida que no había deseado, una vida que vio como la maltrato una y otra vez, y como en aquel instante, introducía en su cuerpo el repugnante esperma de un iracundo borracho.
Sufrió toda su vida, intento crecer, intento irse, pero el camino no la dejo, parece que los espejismos de aquel desierto la desorientaron, y la mandaron en vez de al oasis deseado, a un infierno peor que la muerte, donde los demonios la torturan un instante que dura que por siempre, y donde los demonios no son más que hombres que algún momento fueron humanos.
Sus sueños de niña, terminaban aquella madrugada, su esperanza y fe también. Su vida acababa entre semen, transpiración y orina.
Al terminar su mefistofélica labor los hombres se fueron, como si se tratase solamente de una mísera caricia en el cuerpo de las putas que comúnmente consumían. Ella quedo tiesa mirando el cielo, la luna gigante e inmensa la iluminaba, intentaba tal vez llegar a dar esa luz llamada vida que le arrebataron aquellos hombres. Entre sus ropas rotas y sucias que se encontraban alrededor había un aire sabor a muerte, su mirada fija estaba enfocada en lo difícil que le fue crecer en ese barrio, y hoy le tocaba sentir lo animal de lo civilizado, le tocaba arrastrarse una vez más entre su complicada vida. Siempre sufrió, siempre le toco lo peor, es el problema de haber nacido en el lugar equivocado…
La inmensa luna se retiro en un cielo enmarañado de nebulosas que velaban aquel joven cuerpo que yacía muerto en un suelo roto, olvidado, perdido, miserable, muerto, desdichado, marginado, infeliz.
La pobre alma de aquella joven se despedía, su deseo de irse de ese lugar, tal vez ya había sido cumplido.